Cali, 2025. La ciudad de Cali siempre ha tenido una vibrante energía, llena de contrastes, de luces brillantes y sombras profundas, de música y risas, de libertad y restricción. Es una ciudad donde las expectativas de género y sexualidad se sienten con fuerza, y donde, para muchos jóvenes, la exploración de la identidad sexual se encuentra en constante tensión con el miedo al rechazo o la
incomprensión.
Carlos, un joven de 18 años, se encuentra en ese mismo dilema, parado en la puerta de un sitio gay, por primera vez en su vida. Ha escuchado hablar mucho sobre el lugar, pero siempre desde la distancia, desde la seguridad de la invisibilidad. Aunque ha crecido sintiendo que su identidad sexual no encajaba del todo con los estándares tradicionales, nunca antes se había atrevido a dar un
paso tan radical: entrar a un espacio abierto para hombres gays en Cali. Este sitio, aunque conocido, sigue siendo un territorio extraño y misterioso para él. Su corazón late rápido mientras observa la fachada, una mezcla de excitación y ansiedad.

Carlos es un joven que, como muchos en su comunidad, creció en un ambiente donde la homosexualidad se veía como algo oculto, algo de lo que se hablaba en susurros, a menudo con risas y señalamientos. En su familia, a pesar de que nunca se le recriminó su forma de ser, había un tabú alrededor del tema. En el colegio, las bromas sobre la «maricada» eran constantes, y su deseo por los chicos nunca fue verbalizado, ni siquiera en sus pensamientos. A los 18 años, después de meses de noches en que su mente se preguntaba sobre su orientación sexual, finalmente decidió que era hora de salir de la incertidumbre, su cuerpo ya no podía
soportar la represión interna.
La puerta de metal se abre al pasar un pequeño umbral, un lugar oscuro que no revela mucho desde afuera. En su interior, el ambiente es acogedor y desconcertante a la vez. Las luces cálidas de neón bañan las paredes con tonos rojizos y morados, y el sonido de la música electrónica se mezcla con risas y conversaciones suaves. El aire está cargado de una mezcla de perfumes,
desodorantes y un toque de sudor, un recordatorio de que está en un espacio donde lo físico y lo emocional parecen entrelazarse. El lugar es vibrante, pero también tiene algo de misterioso.
Carlos siente que entra en otro mundo. Un espacio donde ya no se espera que se comporte según lo que dicta la sociedad, sino donde se le permite ser él mismo, con todos sus deseos, sus miedos y sus fantasías. En su mente, se enfrenta a una realidad nueva: puede que allí sea aceptado, o puede que no, pero por primera vez, se siente libre de alguna manera, aunque también vulnerable.
A medida que camina, se cruza con un grupo de chicos que conversan animadamente, unos sentados sobre la barra, otros en un rincón más apartado. Algunos lo observan por un instante, pero no le prestan demasiada atención. Hay algo fascinante en esa indiferencia, algo que le hace sentirse al mismo tiempo insignificante y parte de algo más grande. No hay el peso de las miradas
inquisitivas de su familia o amigos. Aquí, su identidad no está marcada por su género, sino por lo que el espacio le permite explorar.
Carlos se acerca al área de la pista de baile,la música es fuerte y envolvente, y los cuerpos se mueven al ritmo de una mezcla de reguetón y música electrónica. Se siente algo fuera de lugar al principio, inseguro en sus movimientos, pero con el paso de los minutos empieza a relajarse, sintiendo la vibra del lugar. De repente, un chico se le acerca, lo mira de manera directa, sin miedo, y le ofrece una sonrisa. Ese gesto simple lo desconcierta y lo atrae al mismo tiempo. En su mente, se entrelazan las dudas: «¿Está interesado en mí?» «¿Es solo una mirada casual?»
El ambiente, cargado de sensualidad y misterio, le provoca una sensación extraña, algo entre el miedo y la excitación. Aún no se atreve a acercarse a nadie más, pero lo que sí puede ver es que la gente se expresa sin temor a ser juzgada. Aquí, las sonrisas no están llenas de intenciones ocultas, son directas, genuinas. Y eso, de alguna forma, lo tranquiliza.

Más tarde, se dirige hacia la zona de descanso, donde un grupo de chicos charla y se relaja. Algunos están recargados sobre los sillones, otros conversan de manera animada. Carlos se siente invisible entre ellos, pero también protegido por esa invisibilidad. En ese espacio de descanso, lo único que importa es estar allí, ser parte del entorno, aunque sea en silencio. La atmósfera es acogedora, sin presiones para ser algo que no es. A diferencia de las inseguridades que solía sentir en la escuela o en su círculo social, aquí la autenticidad parece ser la norma.
A medida que pasa el tiempo, Carlos comienza a sentir que las piezas de su identidad, hasta ahora dispersas, empiezan a encajar. Está en un lugar donde puede ser quien realmente es, sin las barreras impuestas por los demás. Puede ver que no está solo, que hay otros como él, que viven y sienten de manera similar. Cada mirada, cada sonrisa, le deja una sensación de pertenencia, y a pesar de la confusión inicial, el miedo a lo desconocido, y la inseguridad sobre cómo debería actuar, Carlos se siente menos solo.
Cuando decide marcharse, ya entrada la madrugada, hay algo distinto en él, aunque aún no sabe exactamente qué hacer con las sensaciones de esa noche, ha dado un paso significativo: ha tocado el umbral de la libertad, de la autenticidad, y ha comenzado a conocerse de una manera que antes solo era posible en sus sueños. Al salir, lo único que sabe es que hay mucho por explorar, pero que esa puerta ya está abierta para él. La realidad que había temido enfrentar ahora lo invita a vivirla, a ser parte de una comunidad que, aunque nueva, ya no le resulta ajena.

El nombre de Carlos es ficticio, como medida para proteger la identidad de los
involucrados en esta historia.
Autor: Mardel Granada
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